LUCIANO PELLICANI
Ponencia en el Congreso Internacional de Estudios sobre Bakunin. Traducido de "Interrogations", num. 9. Publicada en Bicicleta, número 14, España
Uno de los fenómenos sociales más relevantes de¡ siglo XX ha sido, sin duda, el acceso al pleno poder político de una «Nueva clase» que los marxistas no preveyeron y que, en cambio, los anarquistas -sobre todo Bakunin y Machjaski-«adivinaron» con sorprendente precisión, escavando en las vísceras del movimiento obrero (1). El fenómeno, y la previsión del mismo, todavía no han conquistado el estadio de plena ciudadanía en la cultura contemporánea. Sucede que, la difusión del marxismo y su hegemonía cultural, han deformado sensiblemente el sistema de percepción de la mayoría, provocando una auténtica ceguera intelectual bastante difícil de curar desde el momento que, quien la padece, está completamente convencido de tener en su mano la clave para entender el significado real de todos los acontecimientos pasados, presentes y futuros.
El asunto, sin embargo, no puede sorprender visto que ha sido precisamente el marxismo quien ha proporcionado a esta «nueva clase» las armas ideológicas para conquistar, y tener bien amarrado, el poder. Dicho de otra manera: el marxismo no sólo ha impedido la rápida percepción de la revolución burocrático-managerial que ha llevado a lo más alto de la jerarquía social a la oligarquía del saber y de la competencia técnicoadministrativa, sino que la ha permitido o, al menos, consolidado, poniendo a disposición de los «nuevos patrones» la fórmula política ideal para legitimar, ante ellos mismos y ante el pueblo, su dominio de clase.
Antes que nada, debemos someter a discusión uno de los lugares comunes (tópicos) más difundidos pero al mismo tiempo, más mixtificados, por el cual la naturaleza real del comunismo continúa estando oculta o presentándose distorsionada. Este lugar común -que en muchos ambientes políticamente «avanzados» se ha convertido en un verdadero test para detectar rápidamente a los enemigos del socialismo-, es puede formular así: el marxismo en la ideología («científica», naturalmente) del proletariado industrial, el cual gracias a ella ha conquistado el poder en algunos países -bautizados arbitrariamente como socialistas-, y hoy se presente en otros como el heredero histórico de la burguesía capitalista.
TODO EL PODER PARA EL ESTADO-PARTIDO
Las cosas, naturalmente, son del todo distintas, de forma que es puede decir que raramente una proposición estuvo más lejos de la realidad que ésta, y por tanto es más mixtificadora de la identidad histórica entre marxismo y clase obrera, entro alternativa comunista y emancipación de los trabajadores. Aquí, la realidad está literalmente trastocada, como en una cámara oscura gracias a una desviación que está considerada uno de los productos más estupefacientes del poder de engaño, y autoengaño, de que el hombre dispone. La «desviación» dice que el marxismo expresa puntualmente los
intereses de la clase trabajadora; la historia, en cambio, demuestra que las revoluciones comunistas han llevado el poder a una nueva oligarquía que monopoliza las funciones directivos de la vida social, gracias al control de los recursos intelectuales, cognoacitivos y técnicos (saber es poder). Este nueva clase dominante, está conformada por burócratas, managers, técnicos y científicos, es decir, por un mosaico de grupos bastante diferenciados, pero sin embargo, lo suficientemente homogéneos en el monopolio del «conocimiento» que es la base de su supremacía social y política.
Por otra parte, esta oligarquía de¡ «conocimiento» ha podido establecer una forma de dominio total en el momento en que las revoluciones hechas en nombre de la doctrina de Marx han concentrado todo el poder en el Estado-Partido que, por sí mismo, se ha convertido en el regulador de la vida social.
Desde el punto de vista del materialismo histórico, un fenómeno similar es inexplicable, desde el momento que la existencia de las clases se hace coincidir con la existencia de la propiedad privada. Y, en efecto, los marxistas ortodoxos, o niegan la existencia de la nueva clase dominante en la llamada sociedad socialista, o se ven obligados a considerar el dominio totalitario de la burocracia y de la inteligencia managerial, como una degeneración o una excrecencia pasajera, destinada a desaparecer en el momento que el proletariado se apropie del poder usurpado por los funcionarios del Partido comunista (2).
BAKUNIN SE ANTICIPO
Lo que pasa es que la «nueva clase», descrito en términos más o menos análogos por Bruno Rizzi, James Burham, Max Sachtman y Milovan Djilas (3), no sólo existe, sino que presenta una estabilidad tal que difícilmente su conformación puede presentarse como una desviación de aquel tráfico en una sola dirección que es, según los marxistas, la Historia. Además, la formación de una nueva clase dominante en el seno de las organizaciones obreras hegemonizadas por los marxistas, fue prevista, con bastante anticipación, por Bakunin que continuamente ponía en guardia a los trabajadores europeos, acerca de la «burocracia roja». El mismo Bakunin intuyó que a través de los sistemas autoritarios y centralistas de Marx no se podría verificar la emancipación (prometida) de la clase obrera, sino, por el contrario, la instauración de una nueva forma de dominio de clase basado, ya no en la propiedad privada de los medios de producción, sino más bien en el monopolio del saber y en la estatalización integral de la vida social. Vio, con notable antelación, que en el marxismo estaban todos los «bacilos» que podrían, si no eran rápidamente identificados los anticuerpos, «pervertir» las relaciones populares. De aquí, su constante polémica contra los doctrinarios marxistas, en los cuales veía los «nuevos patronos» de la sociedad futura, la oligarquía que, utilizando el movimiento obrero como trampolín, instauraría, sobre los despojos del Estado popular, propia dictadura de clase.
Bakunin llegó a esta notabilísima anticipación del futuro desarrollo del comunismo, analizando dos órdenes de fenómenos: la presencia, en el seno del movimiento obrero europeo, de una plétora de intelectuales proletarizados en busca de poder, y la particular naturaleza, autoritaria y doctrinario al tiempo, del marxismo. Sucesivamente, fue relacionando estos dos fenómenos -inteligencia alienada o ideología marxista-, y vio rápidamente el resultado político que, combinados, podían producir: la «colonización» de la clase obrera por parte de los revolucionarios doctrinarios, a la que seguiría, en
donde se hubiera producido una revolución popular victoriosa, la dictadura de los intelectuales sobre la masa proletaria.
II
¿Qué fue lo que permitió a Bakunin anticipar la involución, en sentido oligárquico y clasista, de la revolución comunista? Sin duda, una idea del poder mucho más realista que aquella sobre la que se apoya todo el imponente edificio de la sociología marxiana. Según ésta, la única fuente del poder del hombre sobre el hombre, es la propiedad privada que, convulsionando la solidaria y compacto comunidad primitiva, ha desencadenado la guerra de clases, descrito por Engels en los siguientes términos: «El Poder de la comunidad natural debía ser quebrantado, y, en efecto, lo fue. Y fue quebrantado por influencias que aparecen, desde el principio, como una degradación y una culpable caída de la simple altura de la comunidad gentilicio. Los más bajos intereses -vulgar avidez, brutal concupiscencia de goces, sórdida avaricia, rapiña egoísta de la propiedad común-, inauguraron la nueva sociedad incivilizado, la sociedad de clases» (4). El agente histórico que desintegró la unidad intelectual y moral de la humanidad primitiva fue, la propiedad privada que la teoría asume, por sí misma, como origen del mal radical. Así, a la doctrina cristiana del pecado original que encuentra en el corazón humano las raíces del mal radical, Marx y Engels contrapusieron una versión «actualizada» de la doctrina gnóstica de la caída y la alienación. Una doctrina exquisita e irremediablemente mítica, pero indispensable porque sin ella todo el edificio teórico marxista se tambalea, y se tambalea, sobre todo, la esperanza metastática de crear la sociedad sin clases y sin Estado a través de la supresión de la propiedad privada.
SUPRIMIDA LA PROPIEDAD, SIGUE EL PODER
El razonamiento que está detrás de esta singular concepción del poder tomado directamente de Rousseau, Morelly y Babeuf, es el siguiente: el dominio del hombre por el hombre no tiene raíces psicológicas, sino económicas y sociales. Y esto está estrechamente unido a la situación de penuria en que los hombres se encuentran frente a la naturaleza y la institución de la propiedad privada. Removido el primer obstáculo que es interpone entro la sociedad clasista y la sociedad sin clases gracias a la revolución industrial -de aquí la exaltación mística de Marx por el desarrollo de las fuerzas productivas en las que veía la condición sine qua non para emancipar al hombre de la esclavitud y librarlo del mal-, ya no queda más que eliminar la propiedad privado, es decir colectivizar todos los medios de producción.
Colocado en estos términos el problema de la edificación del socialismo es de una simplicidad exaltante: basta suprimir los expropiadores y la humanidad antes o después. Incluso a través de luchas intensas y dramáticas, encontrará su perdida unidad original. A Marx y a los marxistas, la idea de que la dictadura de transición pudiera llegar a transformarse en una nueva forma de dominio clasista, les parecía un auténtico absurdo. ¿No era la propiedad privada la única fuente del poder? Entonces, ¿cómo iba a ser posible la existencia del Estado y de las clases en una sociedad privada de la fuente del mal radical? Como se sabe éste fue el razonamiento que hizo Trotsky frente a lo que, con expresión reveladora, llamaba «usurpación burocrática» del poder en perjuicio de la clase obrera; y éste continúa siendo el razonamiento, más o menos explícito, de los marxistas, para los cuales, incluso cuando las sociedades comunistas recurren al terror,
al lavado de cerebro, a la persecución de disidentes y a la represión de cualquier forma de protesta por parte de la clase obrera, conservan una superioridad moral indiscutible.
MISTICISMO ENMASCARADO COMO CIENCIA
Todo esto ocurre porque los marxistas están convencidos de que el mal radical no es inherente a la naturaleza humana, sino el producto de una institución -la propiedad privada- que ha pervertido cada cosa y que debe ser sorprendida hasta devolver a la unidad lo que ella ha dividido. Sólo entonces, la realidad volverá a ser lo que era en su origen: una totalidad perfectamente armónica.
Como se ve, nos encontramos frente a un verdadero dogma teológico, o artículo de fe, con el cual el marxismo se identifica todo corde -tanto que está dispuesto a defenderlo con todos los medios, sin excluir la persecución de los pocos creyentes o de los heréticos-, ya que de él depende la posibilidad de la salvación de la humanidad. De hecho sólo puede ser liberada redimida, sin ayuda de ninguna potencia externa, si el mal es externo a la naturaleza humana. Estamos en plena soteriología gnóstica (6).
Este misticismo enmascarado hábilmente como ciencia, fue rápidamente denunciado por los anarquistas que, contrapusieron a la teoría marxiana del poder la siguiente concepción: «El Estado no es, de ningún modo, un producto orgánico de la sociedad, ni la consecuencia de los antagonismos de clase, sino su causa ... El carácter insostenible de la hipótesis del nacimiento del Estado, y sobre todo, el rechazo en la utopía marxista de la «supresión» del Estado a través de¡ desarrollo dialéctico de¡ proceso de producción, tienen, como consecuencia, una postura completamente distinta acerca de la cuestión del camino al socialismo, o sea a una sociedad cualificada, de pleno derecho, como sociedad sin clases y sin Estado. El socialismo anarquista considera como un hecho adquirido que la historia es la historia de la lucha de clases y reconoce, con Marx, que es deber del proletariado suprimir los antagonismos de clase llevando la lucha contra la clase capitalista hasta el final abatiendo el monopolio de su potencia económica. Pero este monopolio ha sido posible a través de un monopolio de¡ poder, es decir, con la fuerza organizada como Estado que, en primer lugar, le ha hecho nacer y después, con este monopolio, le ha permitido un desarrollo siempre mayor: de aquí la necesidad de destruir tanto el monopolio del Estado político como el monopolio económico» (7).
Los marxistas, obviamente, han seguido una vía opuesta a la indicada por los anarquistas y, en perfecta armonía con su concepción de la naturaleza y del origen del mal radical, han instaurado, allí donde han triunfado, un Estado que suma el monopolio del poder político y el monopolio del poder económico. De tal forma que se ha llegado no a la supresión del Estado por parte de la sociedad, sino a todo lo contrario: la supresión de la sociedad por parte del Estado, o lo que es igual la instauración de un sistema totalitario gestionado por una oligarquía que monopoliza el know-how y controla todas las manifestaciones de la vida social gracias a una omnipresente máquina burocrático-managerial. Así un error técnico -la arbitraria identificación de poder y propiedad privada- ha generado un proceso político que ha llevado a un resultado completamente opuesto al prometido por los marxistas y previsto «científicamente» en la doctrina.
Bakunin fue el primero en prever con extrema precisión la desembocadura burocrático-totalitaria de la revolución marxista, precisamente porque comprendió que la propiedad privada de los medios de producción no es, en absoluto, la única fuente del poder y que, este último, puede surgir como producto espontáneo de la organización y del monopolio del saber. Suprimiendo la propiedad privada sin desmantelar las estructuras políticas -esta es en síntesis, su profecía (prognosis)- los marxistas automáticamente «exaltarían» a los gestores de la máquina burocrática estatal y a los grupos sociales en posesión de un patrimonio cognoscitivo superior al de los simples trabajadores. Esto le permitió no sólo prever el final clasista de la instauración de la dictadura revolucionaria, sino también individuar en el marxismo a la ideología de la inteligencia marginal que aspiraba a instaurar su propio dominio de clase expropiando, en nombre del pueblo, a los capitalistas.
III LA MENTIRA DE LA «DICTADURA PROVISIONAL»
Examinemos ahora más de cerca la fisonomía de la interpretación bakuniniana del marxismo como ideología de clase de la inteligencia proletarizada.
Las críticas de Bakunin se refieren en primer lugar a la concepción marxiana de la dictadura de¡ proletariado. «Si el proletariado -escribe el gran anarquista ruso- se convertirá en la casta dominante, ¿sobre quién dominará? Esto significa que quedará todavía otro proletariado sometido a esta dominación, a este nuevo Estado. Este es el caso, por ejemplo, de la masa campesina que, como se sabe, no goza de la benevolencia de los marxistas y que, al encontrarse en el grado más bajo de cultura, será evidentemente gobernada por el proletariado de la ciudad y de la fábrica; o quizá, si consideramos la cuestión desde el punto de vista nacional, tomando a los eslavos con relación a los alemanes, los primeros estarán con relación al proletariado alemán victorioso, bajo idéntica sujeción que estos últimos se encontraban con relación a su burguesía. Donde hay Estado hay inevitablemente dominación y, como consecuencia, esclavitud; el Estado sin esclavitud, abierta o enmascarada, es inconcebible; por eso somos enemigos del Estado. ¿Qué quiere decir que el proletariado se ponga a la cabeza del gobierno? ¿Que todo el pueblo gobierne y que no haya gobernados? En este caso, no habrá gobierno, no habrá Estado; pero si hay Estado habrá gobernados, habrá esclavos» (8).
La objeción, como se ve, no es banal, y será repetida muchas veces por los anarquistas contra los partidarios de la concepción estatocéntrica de la edificación del socialismo. Pero lo que resulta más interesante e instructivo en el análisis bakuninista de la teoría marxiana de la dictadura del proletariado es la individualización de los peligros insertos en la transformación de la mentalidad de la élite revolucionaria, apenas se habrá posesionado de la máquina estatal. Se sabe que en el marxismo las variables psicológicas se borran, o más exactamente, se reducen a manifestaciones de la corrupción de la humanidad generadas por la propiedad privada; con la consecuencia de que la idea de que también en una sociedad privada de propiedad privada pueda formarse una clase con intereses y mentalidad distinta de la masa de trabajadores, se descarta desdeñosamente como un prejuicio burgués reaccionario y anticientífico. Bakunin, en cambio, advierte rápidamente que las cosas son de forma diversa a como las imagina el marxismo, es decir que la tendencia egoísta y autoritaria de la naturaleza humana no deriva de la existencia de la propiedad privada. Y continúa: «Este dilema está resuelto simplisimamente en la teoría marxiana. Por gobierno popular ellos
entienden el gobierno del pueblo por parte de un pequeño número de representantes elegidos por el pueblo, por los llamados representantes del pueblo y los gobernantes del Estado; esta es la última palabra de los marxistas al igual que de la escuela democrática, es una mentira que esconde el despotismo de una minoría dirigente más peligrosa porque se presenta como la expresión de la llamada voluntad del pueblo. Así, desde cualquier parte que se examine esta posición, se llega siempre al mismo desagradable resultado: al gobierno de la inmensa mayoría de las masas populares por parte de una minoría privilegiada. Pero esta minoría, nos dicen los marxistas, será de trabajadores. Si, ciertamente, de ex trabajadores que, apenas se conviertan en gobernantes o representantes de los trabajadores, dejarán de ser trabajadores y mirarán al mundo del trabajo manual desde lo alto del Estado; no representarán ya, desde aquel momento, al pueblo sino a sí mismos y sus pretensiones de querer gobernar al pueblo. El que dude de esto no conoce nada de la naturaleza humana» (9).
La teoría de la dictadura preparatoria se denuncia así como un sofisma tan peligroso como de graves consecuencias en abierto conflicto con el fin último de¡ socialismo, que es liberar al hombre. Y se critica de paso, con extrema precisión, la irreal concepción de la naturaleza humana que sirve de fondo antropológico a tal doctrina. El Estado de transición -dice Bakunin-, generará automáticamente una clase dominante en la que el ejercicio del poder incidirá en la psicología de los ex trabajadores y de los doctrinarios y los transformará en gobernantes, con todos los defectos típicos de las clases privilegiadas. En este sentido, la tesis de Bakunin es extremadamente radical: o se destruye el Estado o se tiene que aceptar «la mierda más vil y temible de nuestro siglo: la burocracia roja» (10).
( 1 ) N. Berti: «Anticipación anarquista sobre "nuevos patronos" («Interrogations». Marzo-78).
(2) P. Naville: «Burocracia y revolución» (Jaca Book, Milán-1973) y D. Russet: «La societé eclatée» (Grasset, París-1973.
(3) B. Rizzi: El Colectivismo burocrático (Galeati, Imola, 1969).
(4) F. Engels: El origen de la familia, la propiedad privada y el Estado. P. 100.
(6) L. Pellicani: «El revolucionario profesional» (Vallecchi, Florencia, 1975).
(7) A. Lehning: «Marxismo y anarquismo en la Revolución rusa» (Ed. Antístato, Cesena, 1973).
(8) M. Bakunin: «Estatismo y anarquía».
(9) Ibídem
(10) Correspondencia de M. Bakunin (Perrin et Cie. París, 1896).